martes, 16 de diciembre de 2014

Amantes

Entre el movimiento de adelante hacia atrás, mi mirada dio justo al techo que no había visto desde hacía dos meses. Era como un sueño; algo que no está en nuestra realidad, sin embargo lo vemos y —a veces —deseamos. Su frente sudaba, las gotas cayeron en mi rostro. Sus gemidos se alejaban mientras yo seguía mirando el techo preguntándome ‘¿por qué hago esto?’. Se detuvo el movimiento, supe que había terminado. De nuevo un cuerpo inerte a mi costado. La gran diferencia era que ese bulto ahí tirado no era un desconocido sino mi antiguo amante. ‘¿Por qué sigo aquí?’ Seguí preguntándome.
            Sé muy bien que las segundas partes en ocasiones no llegan a los talones de lo que primero fue. Sé que las flores marchitas no vuelven a florecer. Sé que las estaciones cambian y vuelven a regresar año tras año, sin embargo no son lo que el año pasado ni lo que el año siguiente. Pero entonces, ‘¿por qué estoy aquí?’. Abrazos, besos, caricias y palabras incompletas. Los sentimientos y pensamientos; todo un enigma. Después de tanto caos mental, me atrevo a preguntar en el comedor:
—¿Me amas? —una pregunta impulsiva y obsoleta, pues la respuesta la guardaba en mi corazón desde el día que él inició su actual relación.
—No.
—Mírame a los ojos y dilo —esa frase típica que nos han vendido en dramas.
—No, ya no te amo. —Un corazón roto. Silencio acompañado de miradas llenas de resignación.
—Qué bueno. Creí que yo era la cruel por no amarte… estamos iguales.
Incomodidad y ensoñaciones lejanas. Subimos de nuevo a la habitación, aquel cuarto donde me mantenía cautiva. Nos recostamos, cerramos los ojos, intentamos fundirnos mediante un abrazo; sin éxito. Aun así, nuestros cuerpos son tibios.
Arribó a mi mente lo que me temía; ella. Ella y su sonrisa, ella y él. Su pareja… Me deshago del abrazo, miro nuevamente el techo que no había visto en dos meses, ¿así era la habitación? ¿Tan fría, tan ajena? Ya no soy la reina, perdí mi corona, quizá nunca la tuve. Miro al hombre recostado a mi lado con los ojos cerrados, los abre, me sonríe y yo no sé si sentir rencor o tristeza. Y como Judas a Jesús, le doy el tierno beso para marcar el sacrificio.
La hora de irme llega. Me despido de él, me despido de su habitación, antiguo palacio de la reina descoronada. Me despido de lo que fue un hogar.
Soy la amante y no en el sentido bien… Un ser cosificado. No… ya no. Sonrío antes de subir al transporte. Finalmente el ‘hasta otra’ es un ‘hasta nunca’. ¿Por cuánto tiempo seré libre esta vez? ¿Otros dos meses?


    -       R.A. -