Pasaron dos años. Lilián y yo comenzamos a
separarnos poco a poco de manera inexorable. La universidad fue el aislante perfecto para nuestra separación. Cuando inició nuestra relación —después de
salir varias veces a la cisterna, al cine, a museos y demás cosas que hacen los
novios y que yo detesto —estaba consciente de los peligros habidos y por haber.
Quizá ese fue el problema, pensar siempre en el final cuando apenas se
vislumbraba el inicio. No es culpa mía —o quizá lo sea… —tener carrera larga en
mi corta vida. A veces creo que los tormentos fueron demasiado prematuros. Aunque
los tenga en reserva, siempre hay un momento en los que salen del baúl,
desbordando mi pesimismo y fatalidad de los hechos.
Recuerdo cuando Lilián entró a la
universidad; estaba más feliz que un niño con juguete nuevo. Yo me emocionaba
con ella mientras en silencio me estresaba por mis trabajos e investigaciones
pendientes e interminables. A finales de su primer semestre se contagió del mal
del universitario; estrés, ansiedad y cansancio. Con estos tres factores vino
su volubilidad. Mi estrés tampoco pudo mantenerse anónimo por más tiempo. Hubo
peleas y discusiones épicas, aunque fueran por el asunto más trivial. Las
inseguridades tomaron protagónico —he ahí por qué no se debe contar el pasado
amoroso —sumado a todo lo demás estaba el hecho de no verla por semanas a pesar
de nuestra cercanía habitacional.
Antes de la separación, mi amiga de la vida,
Anna me daba muy buenos y desaprovechados consejos, incluso me señalaba con
gran énfasis mis errores —o los que ella creía errores —de una manera muy sutil
noté como se alejaba de mí y se aproximaba más a Lilián. No me molestaba, en un
principio, pues pensaba era normal que se entendieran más de lo que podían
entenderse conmigo; un ser promiscuo y con un falo entre las piernas. Incluso
tenían gustos e intereses comunes, simplemente me sentía arraigado de manera fea.
Anna siempre negó esa preferencia, incluso reprochaba mi «ingratitud» por
abogar siempre por mí y no por mi amada Lilián. Fue entonces cuando decidí no
volver hablar del tema. El abismo entre Anna y yo comenzó por expandirse más y
más…
A finales de mayo, un bonito fin de semana,
Lilián vino a mi casa a recordar que tenía pareja. Después de nuestro lánguido
encuentro sexual tuvimos una pequeña riña. Intenté calmarme y, de paso,
calmarla a ella.
–¿Podemos hablar y dejar de alzar la voz, por
favor? —Pregunté —Mira, yo te amo, pero creo que nos estamos alejando demasiado.
Si queremos seguir juntos debemos de hallar el modo de…
–El problema es que ya no me imagino una vida
contigo —interrumpió —si me quedo contigo es porque no quiero que te quedes
solo. —Probablemente el fuerte crujido de mi corazón no lo escuchó, desde ese
momento medio morí porque desafortunadamente aún sigo respirando. ¡Ay, Lilián!
Mandó mi autoestima y posible orgullo al suelo, de paso lanzó mi amor a una
fosa pestilente y sin fondo. Aún ahora sigue cayendo.
—Entonces no tenemos que seguir esta farsa.
—Me voy a casa.
—Espera —dije, tomándola del brazo. —¿así
terminará todo?
—¿De qué otra forma?
—¿Qué cambió, Lilián?
—Todo…
Por favor, no lo hagas más difícil. Quiero irme.
La solté del brazo, dejé que se fuera. Me
senté en la esquina de mi habitación. Pensaba en el «todo», en las
posibilidades y en las culpas; en los sueños inconclusos; en el pasado
remasterizado que vendría para mí; en mis «amigas» y sus cálidas piernas tratando
de aliviar mi dolor. La repetición de aquel proceso tras un lazo roto. Incluso
pensé en Sarahí… Todo se resumía en «¿qué hice mal?», pero yo ya sabía qué
había hecho mal.
Una semana después —y gracias al cielo —ya
estaba de vacaciones. No tardé en buscar a mi confidente; Anna. Fui a buscarla
a su casa con sumo cuidado, deseando no toparme con Lilián. Por suerte, la
tienda estaba cerrada.
—¡Hey!
—Hola —saludó Anna. Salió. Nos sentamos en el
lugar acostumbrado; en una banqueta frente a su casa. —¿Cómo estás?
—Pues… cansado. Terminé con Lilián…
—¿Terminaste? ¿O ella te terminó a ti?
—Creo que fue en común acuerdo.
—Vamos por un cigarro y me cuentas.
—¡Va~!
Platicamos largo y tendido sobre el asunto.
Me sentí mucho mejor después de hablar con ella. Siempre era así. Mi Anna… Yo
no sabía que esa sería la última vez que hablaríamos en persona. Si hubiera
sabido…
—Piche Lilián, no sé por qué habrá sacado las
garras hasta al último —dijo Anna.
—¿Sabes? Lo sospechaba desde hace unos meses.
Ese distanciamiento y mal humor. Así pasó con Sarahí.
—No las compares. Sarahí no tuvo clemencia.
—¿Y Lilián, sí?
—Mejor dejémoslo así. Quizá sea tu karma por
hacer enojar a tantos ex novios en el pasado. —rió.
—Qué mala eres. —la empujé con mi hombro como
era mi costumbre hacerlo cuando se burlaba de mí. —Aunque también lo he pensado…
tarde o temprano, todo se paga.
—A veces no…
—Ojalá que sí… Lo malo ahora será tu amistad
con ella. Por favor no le menciones nada de mí y a mí no me menciones nada de
lo que ella haga.
—Ay, cálmate. No empieces con tus
pensamientos lúgubres. Ni siquiera pienso seguir hablándole. Siempre te tendré
por encima de cualquier persona. Eres muy importante en mi vida, entiéndelo.
—Gracias, Anna. Tú igual lo eres. Sabes que
te…
—Vamos a fumarnos el otro cigarro.
Un mes después supe que Lilián ya tenía
pareja; un curioso compañero con rasgos ‘ardillezcos’ de la universidad. Me
costó trabajo salir del hoyo, fue tal mi depresión que pensé en desertar de mi
carrera. No sólo fue la noticia de su nueva relación sino la revelación de sus
encuentros con Anna. Ambas seguían saliendo, que a comer que a beber… Nada de
eso me lo dijo mi antigua amiga, yo lo vi por meterme donde no me llamaban.
Malditas redes sociales. Así fue como dejé de verla. En alguna ocasión me mandó
un mensaje, pero después de eso no volvimos a vernos, ni a hablarnos. Aún ahora
deseo no verla porque no sé si las lágrimas saturarían mi rostro o si la rabia
se apoderaría de mí.
Ahora hay dos nuevos columpios vacíos. Me
aferro a lo poco que tengo. Ya no busco refugio en el sexo de alguna
desconocida. Es mi modo de honrar a esas mujeres a las cuales amé. Porque Anna
siempre me insistió en desistir en mi desgaste emocional, porque Lilián aunque
estuviese ocupada con su nueva adquisición sé —o creía saber —que dañaría su
orgullo si volviera a mis antiguas andadas y se enterara. Aunque dudo mucho que
tenga noticias de mí. Para ella soy un muerto o peor aún, soy un personaje
inexistente del que alguna vez leyó.
Ambas mujeres partieron. No me queda mucho
tiempo, por eso prefiero guardarlas en mi mente donde aún viven y aún están a
mi lado, aunque sea una vil mentira.
-R.A.
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