martes, 17 de marzo de 2015

Después de...

Pasaron dos años. Lilián y yo comenzamos a separarnos poco a poco de manera inexorable. La universidad fue el aislante perfecto para nuestra separación. Cuando inició nuestra relación —después de salir varias veces a la cisterna, al cine, a museos y demás cosas que hacen los novios y que yo detesto —estaba consciente de los peligros habidos y por haber. Quizá ese fue el problema, pensar siempre en el final cuando apenas se vislumbraba el inicio. No es culpa mía —o quizá lo sea… —tener carrera larga en mi corta vida. A veces creo que los tormentos fueron demasiado prematuros. Aunque los tenga en reserva, siempre hay un momento en los que salen del baúl, desbordando mi pesimismo y fatalidad de los hechos.
Recuerdo cuando Lilián entró a la universidad; estaba más feliz que un niño con juguete nuevo. Yo me emocionaba con ella mientras en silencio me estresaba por mis trabajos e investigaciones pendientes e interminables. A finales de su primer semestre se contagió del mal del universitario; estrés, ansiedad y cansancio. Con estos tres factores vino su volubilidad. Mi estrés tampoco pudo mantenerse anónimo por más tiempo. Hubo peleas y discusiones épicas, aunque fueran por el asunto más trivial. Las inseguridades tomaron protagónico —he ahí por qué no se debe contar el pasado amoroso —sumado a todo lo demás estaba el hecho de no verla por semanas a pesar de nuestra cercanía habitacional.
Antes de la separación, mi amiga de la vida, Anna me daba muy buenos y desaprovechados consejos, incluso me señalaba con gran énfasis mis errores —o los que ella creía errores —de una manera muy sutil noté como se alejaba de mí y se aproximaba más a Lilián. No me molestaba, en un principio, pues pensaba era normal que se entendieran más de lo que podían entenderse conmigo; un ser promiscuo y con un falo entre las piernas. Incluso tenían gustos e intereses comunes, simplemente me sentía arraigado de manera fea. Anna siempre negó esa preferencia, incluso reprochaba mi «ingratitud» por abogar siempre por mí y no por mi amada Lilián. Fue entonces cuando decidí no volver hablar del tema. El abismo entre Anna y yo comenzó por expandirse más y más…

A finales de mayo, un bonito fin de semana, Lilián vino a mi casa a recordar que tenía pareja. Después de nuestro lánguido encuentro sexual tuvimos una pequeña riña. Intenté calmarme y, de paso, calmarla a ella.
–¿Podemos hablar y dejar de alzar la voz, por favor? —Pregunté —Mira, yo te amo, pero creo que nos estamos alejando demasiado. Si queremos seguir juntos debemos de hallar el modo de…
–El problema es que ya no me imagino una vida contigo —interrumpió —si me quedo contigo es porque no quiero que te quedes solo. —Probablemente el fuerte crujido de mi corazón no lo escuchó, desde ese momento medio morí porque desafortunadamente aún sigo respirando. ¡Ay, Lilián! Mandó mi autoestima y posible orgullo al suelo, de paso lanzó mi amor a una fosa pestilente y sin fondo. Aún ahora sigue cayendo.
—Entonces no tenemos que seguir esta farsa.
—Me voy a casa.
—Espera —dije, tomándola del brazo. —¿así terminará todo?
—¿De qué otra forma?
—¿Qué cambió, Lilián?
—Todo…  Por favor, no lo hagas más difícil. Quiero irme.
La solté del brazo, dejé que se fuera. Me senté en la esquina de mi habitación. Pensaba en el «todo», en las posibilidades y en las culpas; en los sueños inconclusos; en el pasado remasterizado que vendría para mí; en mis «amigas» y sus cálidas piernas tratando de aliviar mi dolor. La repetición de aquel proceso tras un lazo roto. Incluso pensé en Sarahí… Todo se resumía en «¿qué hice mal?», pero yo ya sabía qué había hecho mal.
Una semana después —y gracias al cielo —ya estaba de vacaciones. No tardé en buscar a mi confidente; Anna. Fui a buscarla a su casa con sumo cuidado, deseando no toparme con Lilián. Por suerte, la tienda estaba cerrada.
—¡Hey!
—Hola —saludó Anna. Salió. Nos sentamos en el lugar acostumbrado; en una banqueta frente a su casa. —¿Cómo estás?
—Pues… cansado. Terminé con Lilián…
—¿Terminaste? ¿O ella te terminó a ti?
—Creo que fue en común acuerdo.
—Vamos por un cigarro y me cuentas.
—¡Va~!
Platicamos largo y tendido sobre el asunto. Me sentí mucho mejor después de hablar con ella. Siempre era así. Mi Anna… Yo no sabía que esa sería la última vez que hablaríamos en persona. Si hubiera sabido…
—Piche Lilián, no sé por qué habrá sacado las garras hasta al último —dijo Anna.
—¿Sabes? Lo sospechaba desde hace unos meses. Ese distanciamiento y mal humor. Así pasó con Sarahí.
—No las compares. Sarahí no tuvo clemencia.
—¿Y Lilián, sí?
—Mejor dejémoslo así. Quizá sea tu karma por hacer enojar a tantos ex novios en el pasado. —rió.
—Qué mala eres. —la empujé con mi hombro como era mi costumbre hacerlo cuando se burlaba de mí. —Aunque también lo he pensado… tarde o temprano, todo se paga.
—A veces no…
—Ojalá que sí… Lo malo ahora será tu amistad con ella. Por favor no le menciones nada de mí y a mí no me menciones nada de lo que ella haga.
—Ay, cálmate. No empieces con tus pensamientos lúgubres. Ni siquiera pienso seguir hablándole. Siempre te tendré por encima de cualquier persona. Eres muy importante en mi vida, entiéndelo.
—Gracias, Anna. Tú igual lo eres. Sabes que te…
—Vamos a fumarnos el otro cigarro.

Un mes después supe que Lilián ya tenía pareja; un curioso compañero con rasgos ‘ardillezcos’ de la universidad. Me costó trabajo salir del hoyo, fue tal mi depresión que pensé en desertar de mi carrera. No sólo fue la noticia de su nueva relación sino la revelación de sus encuentros con Anna. Ambas seguían saliendo, que a comer que a beber… Nada de eso me lo dijo mi antigua amiga, yo lo vi por meterme donde no me llamaban. Malditas redes sociales. Así fue como dejé de verla. En alguna ocasión me mandó un mensaje, pero después de eso no volvimos a vernos, ni a hablarnos. Aún ahora deseo no verla porque no sé si las lágrimas saturarían mi rostro o si la rabia se apoderaría de mí.
Ahora hay dos nuevos columpios vacíos. Me aferro a lo poco que tengo. Ya no busco refugio en el sexo de alguna desconocida. Es mi modo de honrar a esas mujeres a las cuales amé. Porque Anna siempre me insistió en desistir en mi desgaste emocional, porque Lilián aunque estuviese ocupada con su nueva adquisición sé —o creía saber —que dañaría su orgullo si volviera a mis antiguas andadas y se enterara. Aunque dudo mucho que tenga noticias de mí. Para ella soy un muerto o peor aún, soy un personaje inexistente del que alguna vez leyó.

Ambas mujeres partieron. No me queda mucho tiempo, por eso prefiero guardarlas en mi mente donde aún viven y aún están a mi lado, aunque sea una vil mentira.


                                                                                      -R.A. -

sábado, 14 de febrero de 2015

¿Dónde guardas el amor?

Esa misma entrada atropellada, el portazo detrás. Fijamos el lugar. «¿Cama, sillón o suelo?». Nos tumbamos. El desconocido encima; anhelante. «Apaga la luz», no queremos ver nuestra vergüenza. Se deshace la realidad, bienvenida oscuridad. Fuimos bestias dolidas y atormentadas, ahora somos bestias sin sentimientos pactando por el olvido único y nocturno. «Hoy no existe nadie más», susurra el extraño.
            Aumenta el hambre de amor, porque lo deseamos y no encontramos, estamos débiles, necesitamos amor. Buscamos en todos los rincones de nuestro cuerpo. Besamos, lamemos, mordemos, arañamos, pero ¿dónde guardas el amor?
            La habitación se inunda de aromas; los fluidos, la piel, el alcohol, el tabaco… Sentimos extrañas texturas y corren las lágrimas del cuerpo; el sudor. Somos sólo dos desconocidos pactando por conseguir el olvido. «Hoy no existe nadie más». Esta noche soy la mujer de tu vida y tú el hombre de la mía. Despertar uno al lado del otro, desayunar, platicar, jugar, salir, tomar nuestras manos y caminar yendo de aquí para allá; teatro, museos, cine, parques. Pudimos hacerlo, pero justo huimos de eso, nadie nos atará jamás. Que nadie sepa nuestro secreto.
            Hoy encontraremos la felicidad. Aumenta el ritmo, la desesperación, la desesperanza. Te escucho, me escuchas, explotamos en bienestar. Es el final. Un cuerpo inerte vuelve a caer sobre mí, se aparta, se recuesta. Sonreímos; estamos destrozados, pero reímos del chiste cruel, del amor.

            Ya no es un desconocido, es un compañero de sentimientos muertos así como yo.

                                                                                                                      - R.A. -