Esa
misma entrada atropellada, el portazo detrás. Fijamos el lugar. «¿Cama, sillón
o suelo?». Nos tumbamos. El desconocido encima; anhelante. «Apaga la luz», no
queremos ver nuestra vergüenza. Se deshace la realidad, bienvenida oscuridad.
Fuimos bestias dolidas y atormentadas, ahora somos bestias sin sentimientos
pactando por el olvido único y nocturno. «Hoy no existe nadie más», susurra el
extraño.
Aumenta el hambre de amor, porque lo
deseamos y no encontramos, estamos débiles, necesitamos amor. Buscamos en todos
los rincones de nuestro cuerpo. Besamos, lamemos, mordemos, arañamos, pero
¿dónde guardas el amor?
La habitación se inunda de aromas;
los fluidos, la piel, el alcohol, el tabaco… Sentimos extrañas texturas y
corren las lágrimas del cuerpo; el sudor. Somos sólo dos desconocidos pactando
por conseguir el olvido. «Hoy no existe nadie más». Esta noche soy la mujer de
tu vida y tú el hombre de la mía. Despertar uno al lado del otro, desayunar,
platicar, jugar, salir, tomar nuestras manos y caminar yendo de aquí para allá;
teatro, museos, cine, parques. Pudimos hacerlo, pero justo huimos de eso, nadie
nos atará jamás. Que nadie sepa nuestro secreto.
Hoy encontraremos la felicidad.
Aumenta el ritmo, la desesperación, la desesperanza. Te escucho, me escuchas,
explotamos en bienestar. Es el final. Un cuerpo inerte vuelve a caer sobre mí, se aparta, se recuesta. Sonreímos; estamos destrozados, pero reímos del chiste
cruel, del amor.
Ya no es un desconocido, es un compañero
de sentimientos muertos así como yo.
- R.A. -
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