Tu
sonrisa; el inicio. Tu llanto; el final. Nunca me voy a perdonar.
Un
año bastó para probar lo mejor. Un año de vida, los demás han sido para
olvidar; todo en vano. No desapareces, nunca lo harás.
Permaneces en mi mente; el sello se
ha roto, me estoy deprimiendo. El hecho de verte en sueños significa el inicio
de mi final. De nuevo miro algún lugar, un sitio distante; nuestro cobijo,
viejo y antiguo refugio de penas y glorias.
Abriste tu puerta, el telón se alzó.
Te presentaste sin máscara, lanzaste tu confianza sobre mí. Un día, después
otro y luego otro… tantos días no bastaron; conquistamos la noche. El tiempo
nunca fue suficiente. El día no estaba completo si no te veía, la noche me
atormentaba si no me abrazabas. Era un niño pequeño, tú una guerrera. Yo
catorce y tu diecisiete.
Aún recuerdo tu aroma, tu piel, tu
perfume, tu refugio. Recuerdo mi fascinación al verte alaciar tu cabellera
oscura, maquillar tu rostro mientras sonreías y me contabas historias. Tu voz…
desearía escuchar tu voz una vez más, sin que fuese el recuerdo de un eco
guardado en mi interior.
Cada día esperaba por ti. Te recibía
con inmensa alegría, me contabas tu día y yo el mío, después a dormir no sin
antes enloquecer con nuestro vicio. El tuyo y el mío. Nuestro año perfecto, ese
que fue nuestro. En mi memoria permanece el recuerdo al verte de vez en cuándo
con tu amante, yo sonreía y me retiraba para dejarte con él. Tú me veías con
pretendientes y enfurecías; amada, nadie te quitaría del altar.
Tú amabas al niño que no se apartaba
de tu lado, tu «muñeco-humano», cuánto adoraba ser tu muñeco-humano. Admirabas
mi apariencia andrógina, mis palabras francas, mis travesuras inocentes.
Acariciabas mi piel mientras yo me acurrucaba entre tus piernas. Tres en uno;
hermana, amiga y amante. «Que el mundo arda, somos nuestros» Éramos nuestros y
el mundo poco importaba. En cada noche una locura, una confesión
Agarraste mi mano, me llevaste
detrás. Probamos, hicimos, destruimos y reímos. Siempre serás mi mentora.
Nuestros sueños, nuestras ilusiones,
todo abandonado en el tejado donde observamos el cielo por última vez, antes de
la noche terrible, antes del final, antes de la traición, antes de escuchar tu
llanto entrecortado, antes de verte a mi lado; de pie, extraviada. «¿Por qué?»,
me preguntabas… «¡Lárgate!», me ordenaste y así me fui, dejando todo en tu
hogar, dejando todo en ti. Y gritaste «Yo te amaba», me seguiste, quisiste
golpearme fue cuándo emití las peores palabras de mi corta vida y te desprecié.
Desde entonces hice de esas palabras mi maldición.
Mi protectora, acudo a ti en cada
caída y bloqueas los dolores presentes. El tiempo pasa, pasó, pero te recuerdo,
te recordaré hasta el final, mi amiga, mi amada, mi mujer… ¿Cuántos años
pasaron? Tuviste una hija, me hubiera gustado estar, pero si yo; ella no. Si
ella; yo no. Sólo quisiera saber… ¿aún me recuerdas, Laura?